Monday, March 09, 2009

El rostro de Shakespeare



Aparece hoy en los tres grandes rotativos españoles (nótese la doble ironía adjetivadora) una noticia que da el tono del periodismo español (uno, dos y tres). Es primera página de sus respectivas versiones digitales (al menos lo es, o lo era, a las 0:34 hora española, Gr. +1, del ya 10 de marzo de 2009): "El verdadero rostro del bardo inglés". Hoy podré dormir tranquilo, sin duda, sin el fantasma de la crisis, de la guerra o del desahucio existencial rondando por mi cama, por mis sueños o por mis reflexiones.

El verdadero rostro de Shakespeare, con pendiente o sin él, y olvidando su tan manoseada orientación sexual (enternece ver cómo algunos aprovechan la menor ocasión para recordarnos que era homosexual, o al menos, que tal vez lo fuera... con la siempre importante prueba de unos sonetos que muy pocos han sabido leer: ¡un buen crítico de Shakespeare, mi reino por uno de ellos!), olvidando las mil malinterpretaciones que ha sufrido su obra, cosa que lo une a su hermano de muerte Cervantes, olvidando al mismo Shakespeare, me aventuro a decir algo que tal vez no se entienda: el verdadero rostro de Shakespeare está en sus textos.

Y digo que tal vez no se entienda porque muchos pensarán que he decidido rematar al bardo, cargarme al Autor, dejar la sola inmanencia del texto (y algunos maliciosos creerán que lo hago por evitarle el pecado de la sodomía). Nada más lejos de mis deseos: quiero decir que el rostro de Shakespeare es el que él se molestó en dejar en sus propios textos. Dibujó con cuidado el rostro de la humanidad que miró, y desde ese abismo que nos devuelve la mirada podemos observarle si miramos con cuidado. Girard, en su ensayo sobre Shakespeare, sobre estas cuestiones, como sobre muchas otras, escribe con gran sentido común: "Es imposible resolver el enigma (por otra parte sin auténtico interés) del referente biográfico exacto de este tipo de texto [se refiere al soneto 42]. La cuestión propiamente «existencial» es otra", y continúa hablándonos de la naturaleza del deseo en Shakespeare, en sus sonetos, en su teatro. La naturaleza del deseo, ese concepto tan vapuleado por el postmodernismo y del que tan poco sabemos, del que tanto nos ocultamos. El deseo, donde se pueden dar todas las oscuridades del hombre, todas sus miserias, que siempre queremos reducir a meras orientaciones sexuales. Ese reduccionismo le quita grandeza al misterio humano, y nos vela por completo el verdadero rostro de Shakespeare, que hace que el propio René Girard concluya su ensayo diciendo: "no puedo sino eclipsarme de puntillas, repitiendo con mi autor: «El único alcance de mi propósito no va más allá de un fruncimiento de ceño»". Tal vez sea este su verdadero rostro, y su fruncimiento de ceño, a medio camino entre la ironía y la preocupación, se hubiera convertido hoy en una mueca de sorpresa ante la falta de comprensión de su obra, al menos, y ante la existencia y el conglomerado humano, en general.