Monday, November 22, 2010

Los festivales de música (2): la masa, el grouppie y el crítico.

Después de haber dejado pasar el verano ocupado en otras cosas, vuelvo a completar la propuesta que os hacía entonces: un análisis antropológico del fenómeno de los festivales de música. Primero, es necesario establecer qué tipo de fenómeno y que objetos antropológicos están en juego cuando hablamos de festival de música. Sería interesante compararlo o asimilarlo al concepto de rito o ritual. Soy consciente de que no descubro a nadie el océano haciendo una afirmación de este tipo. Nuestra visión de este tipo de actividades es intuitivamente ritual: vemos el rito allá donde se encuentre. Pero verlo no significa comprenderlo ni explicarlo. De hecho, precisamente por tratarse de un tipo de conocimiento intuitivo, va acompañado de un cierto desconocimiento, una zona oscura en la que percibimos pero no necesitamos explicar. Más aún, nos resistimos a explicar porque esa explicación acabaría con el misterio o la zona oscura que hay en todo ritual y que nos permite participar de él sin ruborizarnos. Veamos por qué.

En primer lugar, el fenómeno: una gran aglomeración de gente que recorre hormigueando el recinto del festival, de un escenario a otro; escenarios como altares de un nuevo foro romano; silencio y éxtasis a partes iguales, colectivización del grito, comunión del trance; organizadores y empleados como sacerdotes y monaguillos; la promesa de una trascendencia absoluta, inexpresable, inenarrable –de hecho su misma narración supone ya una pérdida respecto a la vivencia–. Comencemos por el final: ¿en qué consiste esa trascendencia? En ir más allá de la propia música, de los intérpretes, de uno mismo. Existe una metafísica del espectáculo que se apoya en la expectación que de suyo genera el espectáculo hasta el momento de su acontecer. Uno asiste a un espectáculo con cierta esperanza. Se me dirá que no es verdad, que no siempre es así. El crítico, por ejemplo, no espera nada, o suspende sus expectativas ante l

a labor que atiende: el juicio. Este juicio es ya una trascendencia que excede y que va más allá del espectáculo, del acontecimiento. En el otro extremo encontramos al groupie, que lo espera todo, que eleva la mediocridad objetiva a virtuosismo y genio. En medio tenemos a la masa, formada por todos aquellos que esperan cosas tan distintas que sería injusto hablar de trascendencia aquí. Y, sin embargo, observen las fotos de la masa.


¿Es posible ver en este animal la diferencia de cada uno? ¿No se observa más bien la identidad de todas las diferencias? La masa somete incluso al groupie y al crítico: señálese, si no, dónde se encuentran.


Es cierto, muy cerca o muy lejos, pero orientadas respecto a la masa, como sacerdotes, como individuos escépticos y críticos con la religión, con el rito, pero igualmente sometidos a él: el groupie lo sacrifica todo en el altar del ídolo, y el crítico sacrifica al ídolo en el altar de algo más elevado, o en su propio altar. Ninguno de los actores escapa al rito, al sacrificio, a la estructura, en definitiva, religiosa.

Pero de los tres actores, el más interesante es la masa: voluble, groupie hasta el extremo, crítica en exceso, según con quien se encuentre y el viento que sople. Fuera de la sala, fuera de la arena, del templo, todos son críticos, y casi ninguno quiere reconocerse groupie. Pocos o ninguno admitirán que mientras estuvieron allí se sintieron uno con miles de personas, que se dejaron llevar sin rubor por la ruta transitada de las muchedumbres.

Existen, por supuesto, individuos que ven todo esto y resisten al embrujo de la masa. Yo, lo confieso, soy demasiado mimético: me zambullí en la masa y disfruté como un enano. Carne débil que es uno. Eso sí, estaba rodeado de críticos y groupies y toda clase de independientes y alternativos (se me dirá que estoy resentido, pero ya no, estoy enmasado: ovejita que es uno).