Saturday, December 09, 2006

rápido, rápido

Últimamente: las prisas. Cada día añoro más quedarme solo en casa, escribiendo, leyendo, aprendiendo. Sé que es difícil, más cuando uno tiene que llevar una vida social relativamente extensa, mantener contactos de tanto en tanto, y además leer una cantidad considerable de páginas antes de que sea demasiado tarde.

Últimamente: he decidido dormir menos, que parece ser la única solución al problema de la falta de tiempo; renunciar a dormir, a algunos amigos, o conocidos, a los paseos (Robert Walser, mi descubirmiento de la semana, reclama en El paseo -Siruela, 2000- que "pasear me es imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo...". El paseo es el lugar del encuentro, más allá de la fina ironía de Walser -una ironía que nos hace dudar de la validez (moral, literaria, humana o filosófica) de cualquier enunciado del texto-, lugar en que el mundo entra en el poeta a través de los ojos, de la contemplación, de la luz), en caso de que se pueda renunciar a todo eso y quedarte con algo.

Últimamente: Levinas y la luz, la luz ciega, que oscura una verdadera comprensión del mundo. Este cochino fantástico mundo, o Mundo.

Sunday, February 19, 2006

negro de liberia

Ayer (un día cualquiera, pero ayer) volvía a casa después de haber tomado unos vinos, después de haber disfrutado del moderno y sofisticado placer de catar vinos. Esnobismo refinado, claro. Volvía a casa, digo, todo occidental yo, todo ombligo del mundo. Un negro me para, negro como la noche. Se dirige a mí en inglés. Debe tener como unos 16 años, más o menos. Me pide consejo, dinero, ayuda. Me pide y yo le escucho. Me cuenta que viene de Liberia, que si sé dónde está, y yo le miento y le digo que sí. En África, claro, pero no sé nada más. Me cuenta que ha llegado en barco a Lisboa, de polizonte. Que la policía en Lisboa es muy dura, y que acaba de llegar, escapando, a la Ciudad. Hace frío. Me dice que le han dicho, que le han aconsejado que se dirija a una Iglesia, que allí le atenderán. Yo refuerzo el consejo. Cualquier otra organización se lavaría las manos, como yo mismo estoy a punto de hacer. Le doy, en un arrebato, diez euros. Me sonríe: no se lo puede creer. Yo sí que no me lo puedo creer, tengo ganas de salir corriendo. Pienso rápido: le subo a casa, no digo nada o digo que es un buen amigo. Mis hermanos, mis padres, no tienen ni que enterarse: ducha caliente, leche caliente, sueño caliente, un amigo de lejos, de alguno de mis viajes. Pienso también en acomodarle arriba, en las escaleras que llevan a la azotea, y completar la victoriana escena piadosa con una cena que le llevo en una bandeja.

Pienso todo eso, mientras me sonríe y me estrecha la mano (por dios, un abrazo, por dios), mientras me agradece, y yo digo good luck, I wish you good luck tomorrow, pero para él solo está esta noche en la que piensa que le he ayudado por darle diez cochinos euros, lavamanos de mierda, cuando le estoy condenando a una noche de frío. No me consuela pensar que probablemente me robaría, porque sé que no es nada probable; ni que probablemente se me pegaría filialmente y eso que eso no le ayudaría, paternalista como soy, no me consuela, porque sé que eso no es un problema sin solución, y el frío de esta noche sí que lo es; no me consuela pensar, porque el único consuelo para él hubiera sido que yo actuara. Me escudo en pobres excusas que me repugnan normalmente. Nunca arreglaremos así el mundo, las estructuras, esas son las que tienen que cambiar, es el primer mundo quien tiene que volver su cara hacia los otros, paternalismo infame, las estructuras otra vez, económicas, sociales, religiosas, las estructuras que son el chivo expiatorio de las intelectualitat occidental.

Ya nos hemos ido. Decido regresar a la taberna, a terminar de emborracharme. Pienso en Liberia, en todo lo que sabré de ella cuando llegue a casa: un país que es el lavarse las manos de Occidente, regalo de disculpas de los USA a los negros que quisieron regresar a sus orígenes, a seguir matándose. Un país lleno de riqueza, ergo corrupción. Lleno de negros que quieren escapar quién sabe por qué. No me perdonaré nunca no haberlo encontrado cuando regresé corriendo, para subirlo a casa, para acogerlo, para que acaeciera la hospitalidad, el abrazo, el encuentro, la amistad, la posibilidad de su vida.

Me siento responsable. Por un breve instante fui responsable de su vida, de algunos aspectos de su vida. Y quien piense que esto no es así, es un cínico bastardo. Y no tomé en peso la responsabilidad. No estoy hablando de cambiar el mundo. No hablo de justicia, ni de piedad, ni de compensación, equilibrio, acción social. Hablo del encuentro personal que tuve con un chico negro de Liberia, que no pasaría de los 16 años, más o menos, que tenía miedo, que tenía frío, que necesitaba hablar con alguien, que me necesitó, que te necesitó esa noche en la que seguramente durmió al frío en un parque. Yo también he dormido en parques. Me han robado, he pasado hambre, y a veces necesidad, cuando he viajado. Pero yo viajaba con destino, con punto de partida. A mi negro de Liberia solo le quedaba una esperanza cada vez más delgada y fría, cortante como un cuchillo. No tenía destino, no tenía origen.

No me martiriza el recuerdo. Entendedme: soy un hombre de la Ciudad, culto, refinado (tomo buen vino). He ido a la Universidad. He hablado con gente importante, y con gente anodina. He visto algunas cosas terribles, y otras no tanto. Sobre todo he aprendido a no sentirme responsable de nada, de la vida de nadie, del dolor que causo con mi acción, con mi inacción, con mi mera existencia. El mundo es así. Es el mejor de los mundos posibles. Me pregunto (y es una pregunta que me acompañará el resto de mi vida) dónde estará ahora, qué será de él. Pero ni siquiera me tomaré la novelesca molestia de buscarle. No tengo tiempo, la vida es muy complicada, las estructuras, las estructuras tienen la culpa de que el mundo sea un montón muy grande de estiércol y mentiras.

Yo soy inocente, aunque él también. Lo realmente interesante es que nadie es culpable, que nadie tiene culpa de nada.

Wednesday, February 15, 2006

On Architecture

Viajo mucho en metro, como casi todos aquí en la Ciudad. También camino frecuentemente, largos paseos muchas veces nocturnos en la mejor tradición romántica. Son dos costumbres diferentes, dos visiones diferentes de la misma Ciudad, dos decisiones diferentes. En pocas palabras, dos medios de transporte diferentes. A veces somos dos personas completamente diferentes.

Hoy por fin encontré el nexo entre estas dos formas de viajar, de mirar: la arquitectura. ¿Qué mejor definición para el metro que la de "techado de los arcos"? De la Ciudad al aire libre solo diré que la arquitectura muestra sólo su piel.

Este nexo, este punto de unión, se me reveló en tres epifanías, o, más bien, en una sola progresiva.

En primer lugar, comprendí que los intercambiadores de transportes están construidos en una arquitectura (vertical aunque algún ejemplo tenemos de arquitectura horizontal). Ha sido entonces que he realizado mi primera reflexión on architecture, que es: la verticalidad, hacia arriba, o hacia abajo en este caso, constituye una de las formas o impulsos arquetípicos del ser humano. No voy a hablar, como hacía un profesor mío apreciado, Javier del Prado, de los campanarios en Proust como símbolos de adentramiento en la divinidad, en lo celeste: largos falos tratando de violar el cielo. La tradición, empezando por la bíblica Babel, es enorme. No ha sido esta mi reflexión, porque si lo hubiera sido, no estaría ahora hablando de ella. Mi reflexión ha ido algo más allá: el intercambiador horizontal, aquel que se despliega a lo largo, y no hacía abajo, se hace más pesado. Mientras que el vertical, que ha de tener por fuerza forma interna de espiral (esto le habría encantado a Jacques Derrida, R.I.P.), es más asumible, más agradable y fácil. La dificultad, he pensado entonces, reside en el arte de desplegarse a lo largo, horizontalmente. Es decir, y contrariamente a lo que se piensa, la dificultad reside, por tanto, en el arte de tumbarse, mientras que permaneces en pie es más fácil, cómodo y deseable.

No quisiera hacer acá una ontología, o una metafísica de la verticalidad y de la horizontalidad. Es un decir. Lo cierto es que si somos sinceros, preferimos, por ejemplo, la pila de libros sobre la mesa, que el piso alicatado con volúmenes de irregular grosor. Solo por no torcernos los tobillos.

El segundo paso de la epifanía ha tenido lugar ya en el autobús: el Museo de Arte Moderno de NYC inaugura una muestra sobre arquitectura española de vanguardia. Recuerdo ahora a Philippo, pero no el macedonio, sino el estudiante de arquitectura que conocí hace años por una de esas equivocaciones que te acompañan el resto de tu vida. No habré cruzado con él más de dos o tres frases, una veintena la última vez que le vi en Roma, que curiosamente fue también la primera. Hablamos de Calatrava, que no está incluido en la exposición, de marihuana, de liquirizza, de política, o de otras cosas, más o menos. De la arquitectura vivida a la foto y noticia. Me separo, me elevo, me alejo, me acerco.

Antes de la última epifanía se ha producido un eco de epifanías, un eco de Dios: trabajo en una universidad donde se estudia también ingeniería informática. Voy no pocas veces a la bioblioteca, a mirar y memorizar los lomos de los libros importantes. Allí, claro, encuentro manuales en inglés de arquitectura de sistemas, por ejemplo. Es otra arquitectura. Y un grado más de abstracción: allí la arquitectura ya no es horizontal ni vertical, es completa, es abstracta, es una densidad que se extiende como un mal virus. Los que de esto entienden podrán comprenderme: la arquitectura de sistemas en infomática es el sueño de cualquier arquitecto vanguardista, una arquitectura orgánica que crece y crece sin parar. Work in progress. Imagina un edificio que no se detenga nunca, que siga creciendo, de forma orgánica, adaptándose a las necesidades, viviendo como un ente más.

La epifanía final, presentida en las anteriores, se da solo ahora, cuando me veo a mí mismo paseando solo o acompañado por las calles de la Ciudad, y estiro el cuello, y miro las fachadas, las formas, las resoluciones, las estrcuturas, y, creo, sobre todo la plantilla recortada del cielo que me devuelven los filos romos o suavizados, largos, breves, amenazantes o discretos, de los tejados y azoteas. Miro la plantilla recortada del cielo esperando tal vez encontrar la plantilla recortada de mi vida. Pero me doy cuenta de que mi vida está hecha de recortes.

La arquitectura como vivencia, dentro del edificio; la arquitectura como arte, como eso llamado cultura, como la llevada y traída estética, en el museo, expuesta en fotos, realidad bidimnesional; la arquitectura, metáfora científica, lugar virtual, diseño puro que no se ve, software y hardware, y todos los wares; la arquitectura memoria de mí mismo espectador vivo de la arquitectura.

San Agustín, en el De Doctrina Christiana, si mal no recuerdo, habla de la memoria como una casa, habla de una 'arquitectura de la memoria'. Mi memoria a veces flaquea, muchas estancias permanecen bloqueadas, otras se abren subitamente sin avisar. Las más peligrosas son las que hacen ruido por la noche: esas no las tengo localizadas hasta mcuho después.

La arquitectura como lugar donde vivir, lugar de la noticia, lugar de la información y de la comunicación, lugar de la memoria. Mirar un edificio, habitarlo, usarlo, dar sentido a cada ladrillo, ver su luz, su deterioro, ver los pasillos infinitos, las cámaras desalojadas.

Hoy en día la vivienda está muy cara en Madrid. Y no, no estoy metafísico, es que no como, ni duermo.