Wednesday, February 15, 2006

On Architecture

Viajo mucho en metro, como casi todos aquí en la Ciudad. También camino frecuentemente, largos paseos muchas veces nocturnos en la mejor tradición romántica. Son dos costumbres diferentes, dos visiones diferentes de la misma Ciudad, dos decisiones diferentes. En pocas palabras, dos medios de transporte diferentes. A veces somos dos personas completamente diferentes.

Hoy por fin encontré el nexo entre estas dos formas de viajar, de mirar: la arquitectura. ¿Qué mejor definición para el metro que la de "techado de los arcos"? De la Ciudad al aire libre solo diré que la arquitectura muestra sólo su piel.

Este nexo, este punto de unión, se me reveló en tres epifanías, o, más bien, en una sola progresiva.

En primer lugar, comprendí que los intercambiadores de transportes están construidos en una arquitectura (vertical aunque algún ejemplo tenemos de arquitectura horizontal). Ha sido entonces que he realizado mi primera reflexión on architecture, que es: la verticalidad, hacia arriba, o hacia abajo en este caso, constituye una de las formas o impulsos arquetípicos del ser humano. No voy a hablar, como hacía un profesor mío apreciado, Javier del Prado, de los campanarios en Proust como símbolos de adentramiento en la divinidad, en lo celeste: largos falos tratando de violar el cielo. La tradición, empezando por la bíblica Babel, es enorme. No ha sido esta mi reflexión, porque si lo hubiera sido, no estaría ahora hablando de ella. Mi reflexión ha ido algo más allá: el intercambiador horizontal, aquel que se despliega a lo largo, y no hacía abajo, se hace más pesado. Mientras que el vertical, que ha de tener por fuerza forma interna de espiral (esto le habría encantado a Jacques Derrida, R.I.P.), es más asumible, más agradable y fácil. La dificultad, he pensado entonces, reside en el arte de desplegarse a lo largo, horizontalmente. Es decir, y contrariamente a lo que se piensa, la dificultad reside, por tanto, en el arte de tumbarse, mientras que permaneces en pie es más fácil, cómodo y deseable.

No quisiera hacer acá una ontología, o una metafísica de la verticalidad y de la horizontalidad. Es un decir. Lo cierto es que si somos sinceros, preferimos, por ejemplo, la pila de libros sobre la mesa, que el piso alicatado con volúmenes de irregular grosor. Solo por no torcernos los tobillos.

El segundo paso de la epifanía ha tenido lugar ya en el autobús: el Museo de Arte Moderno de NYC inaugura una muestra sobre arquitectura española de vanguardia. Recuerdo ahora a Philippo, pero no el macedonio, sino el estudiante de arquitectura que conocí hace años por una de esas equivocaciones que te acompañan el resto de tu vida. No habré cruzado con él más de dos o tres frases, una veintena la última vez que le vi en Roma, que curiosamente fue también la primera. Hablamos de Calatrava, que no está incluido en la exposición, de marihuana, de liquirizza, de política, o de otras cosas, más o menos. De la arquitectura vivida a la foto y noticia. Me separo, me elevo, me alejo, me acerco.

Antes de la última epifanía se ha producido un eco de epifanías, un eco de Dios: trabajo en una universidad donde se estudia también ingeniería informática. Voy no pocas veces a la bioblioteca, a mirar y memorizar los lomos de los libros importantes. Allí, claro, encuentro manuales en inglés de arquitectura de sistemas, por ejemplo. Es otra arquitectura. Y un grado más de abstracción: allí la arquitectura ya no es horizontal ni vertical, es completa, es abstracta, es una densidad que se extiende como un mal virus. Los que de esto entienden podrán comprenderme: la arquitectura de sistemas en infomática es el sueño de cualquier arquitecto vanguardista, una arquitectura orgánica que crece y crece sin parar. Work in progress. Imagina un edificio que no se detenga nunca, que siga creciendo, de forma orgánica, adaptándose a las necesidades, viviendo como un ente más.

La epifanía final, presentida en las anteriores, se da solo ahora, cuando me veo a mí mismo paseando solo o acompañado por las calles de la Ciudad, y estiro el cuello, y miro las fachadas, las formas, las resoluciones, las estrcuturas, y, creo, sobre todo la plantilla recortada del cielo que me devuelven los filos romos o suavizados, largos, breves, amenazantes o discretos, de los tejados y azoteas. Miro la plantilla recortada del cielo esperando tal vez encontrar la plantilla recortada de mi vida. Pero me doy cuenta de que mi vida está hecha de recortes.

La arquitectura como vivencia, dentro del edificio; la arquitectura como arte, como eso llamado cultura, como la llevada y traída estética, en el museo, expuesta en fotos, realidad bidimnesional; la arquitectura, metáfora científica, lugar virtual, diseño puro que no se ve, software y hardware, y todos los wares; la arquitectura memoria de mí mismo espectador vivo de la arquitectura.

San Agustín, en el De Doctrina Christiana, si mal no recuerdo, habla de la memoria como una casa, habla de una 'arquitectura de la memoria'. Mi memoria a veces flaquea, muchas estancias permanecen bloqueadas, otras se abren subitamente sin avisar. Las más peligrosas son las que hacen ruido por la noche: esas no las tengo localizadas hasta mcuho después.

La arquitectura como lugar donde vivir, lugar de la noticia, lugar de la información y de la comunicación, lugar de la memoria. Mirar un edificio, habitarlo, usarlo, dar sentido a cada ladrillo, ver su luz, su deterioro, ver los pasillos infinitos, las cámaras desalojadas.

Hoy en día la vivienda está muy cara en Madrid. Y no, no estoy metafísico, es que no como, ni duermo.

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