Sunday, February 19, 2006

negro de liberia

Ayer (un día cualquiera, pero ayer) volvía a casa después de haber tomado unos vinos, después de haber disfrutado del moderno y sofisticado placer de catar vinos. Esnobismo refinado, claro. Volvía a casa, digo, todo occidental yo, todo ombligo del mundo. Un negro me para, negro como la noche. Se dirige a mí en inglés. Debe tener como unos 16 años, más o menos. Me pide consejo, dinero, ayuda. Me pide y yo le escucho. Me cuenta que viene de Liberia, que si sé dónde está, y yo le miento y le digo que sí. En África, claro, pero no sé nada más. Me cuenta que ha llegado en barco a Lisboa, de polizonte. Que la policía en Lisboa es muy dura, y que acaba de llegar, escapando, a la Ciudad. Hace frío. Me dice que le han dicho, que le han aconsejado que se dirija a una Iglesia, que allí le atenderán. Yo refuerzo el consejo. Cualquier otra organización se lavaría las manos, como yo mismo estoy a punto de hacer. Le doy, en un arrebato, diez euros. Me sonríe: no se lo puede creer. Yo sí que no me lo puedo creer, tengo ganas de salir corriendo. Pienso rápido: le subo a casa, no digo nada o digo que es un buen amigo. Mis hermanos, mis padres, no tienen ni que enterarse: ducha caliente, leche caliente, sueño caliente, un amigo de lejos, de alguno de mis viajes. Pienso también en acomodarle arriba, en las escaleras que llevan a la azotea, y completar la victoriana escena piadosa con una cena que le llevo en una bandeja.

Pienso todo eso, mientras me sonríe y me estrecha la mano (por dios, un abrazo, por dios), mientras me agradece, y yo digo good luck, I wish you good luck tomorrow, pero para él solo está esta noche en la que piensa que le he ayudado por darle diez cochinos euros, lavamanos de mierda, cuando le estoy condenando a una noche de frío. No me consuela pensar que probablemente me robaría, porque sé que no es nada probable; ni que probablemente se me pegaría filialmente y eso que eso no le ayudaría, paternalista como soy, no me consuela, porque sé que eso no es un problema sin solución, y el frío de esta noche sí que lo es; no me consuela pensar, porque el único consuelo para él hubiera sido que yo actuara. Me escudo en pobres excusas que me repugnan normalmente. Nunca arreglaremos así el mundo, las estructuras, esas son las que tienen que cambiar, es el primer mundo quien tiene que volver su cara hacia los otros, paternalismo infame, las estructuras otra vez, económicas, sociales, religiosas, las estructuras que son el chivo expiatorio de las intelectualitat occidental.

Ya nos hemos ido. Decido regresar a la taberna, a terminar de emborracharme. Pienso en Liberia, en todo lo que sabré de ella cuando llegue a casa: un país que es el lavarse las manos de Occidente, regalo de disculpas de los USA a los negros que quisieron regresar a sus orígenes, a seguir matándose. Un país lleno de riqueza, ergo corrupción. Lleno de negros que quieren escapar quién sabe por qué. No me perdonaré nunca no haberlo encontrado cuando regresé corriendo, para subirlo a casa, para acogerlo, para que acaeciera la hospitalidad, el abrazo, el encuentro, la amistad, la posibilidad de su vida.

Me siento responsable. Por un breve instante fui responsable de su vida, de algunos aspectos de su vida. Y quien piense que esto no es así, es un cínico bastardo. Y no tomé en peso la responsabilidad. No estoy hablando de cambiar el mundo. No hablo de justicia, ni de piedad, ni de compensación, equilibrio, acción social. Hablo del encuentro personal que tuve con un chico negro de Liberia, que no pasaría de los 16 años, más o menos, que tenía miedo, que tenía frío, que necesitaba hablar con alguien, que me necesitó, que te necesitó esa noche en la que seguramente durmió al frío en un parque. Yo también he dormido en parques. Me han robado, he pasado hambre, y a veces necesidad, cuando he viajado. Pero yo viajaba con destino, con punto de partida. A mi negro de Liberia solo le quedaba una esperanza cada vez más delgada y fría, cortante como un cuchillo. No tenía destino, no tenía origen.

No me martiriza el recuerdo. Entendedme: soy un hombre de la Ciudad, culto, refinado (tomo buen vino). He ido a la Universidad. He hablado con gente importante, y con gente anodina. He visto algunas cosas terribles, y otras no tanto. Sobre todo he aprendido a no sentirme responsable de nada, de la vida de nadie, del dolor que causo con mi acción, con mi inacción, con mi mera existencia. El mundo es así. Es el mejor de los mundos posibles. Me pregunto (y es una pregunta que me acompañará el resto de mi vida) dónde estará ahora, qué será de él. Pero ni siquiera me tomaré la novelesca molestia de buscarle. No tengo tiempo, la vida es muy complicada, las estructuras, las estructuras tienen la culpa de que el mundo sea un montón muy grande de estiércol y mentiras.

Yo soy inocente, aunque él también. Lo realmente interesante es que nadie es culpable, que nadie tiene culpa de nada.

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