Tuesday, July 20, 2010

Qué leer…


No es el título de una revista, qué también, sino una de las preguntas que más me hacen a lo largo del año. No al día, no es para tanto, ni a la semana. Más bien se trata de una pregunta de temporada, como esa otra de y tú, ¿adónde te vas este año? Como la fruta de temporada que, por cierto, cada vez está más cara. Será cosa de la crisis. Preguntas que te hacen porque te ven con pinta de lector compulsivo. Se han creído mentiras peores de todas formas. El caso es que a mí me pasa lo que no me pasa ni ante la audiencia más exigente: me bloqueo y no sé qué decir. Ni siquiera acuden a mí sudores fríos, o se me seca la boca, como para advertirme, cuidado, David, que de esto no sabes. No, directamente me bloqueo, como si me pidieran que explicara por qué enseño. O peor. Por qué en algún momento decidí ser padre, si es que eso se decide en algún momento.

Ningún título acude a mí los primeros cinco minutos. Luego me vienen los de los libros que no he leído pero que sé, a ciencia cierta, que están bien, que se leen, vamos –con ese se tan impersonal, pasivo y poco claro–. Más tarde los títulos de siempre, los libros que siguen estando en mi biblioteca, escondidos de la vista de las visitas rapaces. Finalmente, muchos meses después, logro dar con una lista más o menos clara ya adecuada… demasiado tarde.

Más fácil es que no me preguntes, querida, y tardo o temprano te daré la matraca con algún libro cuya lectura me haya hecho pensar en ti de forma tan intensa que pongo conferencia internacional y te llamo y me paso dos horas hablándote del libro y leyéndote los pasajes subrayados. Siempre hay algo de pérdida, claro, pero es probable que te lo leas, que incluso te lo regale.

Más fácil, querido, es que me pase también por una librería y después de cuatro horas (nuca menos y es probable que más si no cierran), algún café y otros vicios inconfesables, escoja con gran cariño un libro que me gustaría que tú me regalarás, y te lo mande por barco, bien embalado para evitar las humedades.

Pero llega el verano, y tengo que dejar de divagar. Me vais a pedir una lista de libros, y la única que tengo es la que puedo hacer mentalmente si pienso en los que se han acumulado en mi mesilla a lo largo de este difícil año. Me pedís una lista y os doy, sin pensar, mi propia lista. Y el que quiera que la ignoré, la dé por imposible (y a mí con ella) o la queme para ver si se me chamuscan a mí las pestañas en una suerte de vudú inquisitorial. Ahí va –ordenados por montones–:

  1. Los eternos clásicos: Moby Dick, Guerra y paz, Crimen y castigo, hasta aquí todo relecturas de la adolescencia –estoy ahora con Crimen y Castigo y… ¡no recordaba más que lo del hacha y la vieja! Ah, y supera (?) a W. Allen–; los Cuentos completos de Poe, los traducidos por Cortázar, que no han sido superados por ninguna de las películas de terror tan aparentemente excitantes que llenan estos años las salas…; acaba de abandonar el montoncito La piedra lunar de Wilkie Collins, una de las mejores novelas de misterio (y más) que he leído, amén de enormemente divertida, inteligente y moderna –está escrita a mediados del XIX, pero de forma tan moderna que sólo algunos temas y cierto estilo la delatan–…
  2. Otros clásicos-ya-pero-ya-no… es decir novelas de cuando se dejaron de escribir novelas (clásicas), clásicos de un siglo XX demasiado cercano aún como para hablar de clásicos. La montaña mágica de Th. Mann, de quien sólo había leído Doctor Faustus. El prólogo constituye toda una declaración de principios sobre lo que podemos decir de la realidad –y sobre cómo podemos decirlo–. La vida como narración abre un tiempo diferente al tiempo existencial… permite la revivencia, y nos permite a los demás vivir con el personaje –la con-vivencia– su existencia, su… pero no he pasado del prólogo, así que ya os contaré; La muerte de Virgilio, de Hermann Bloch, deleitosamente espigada durante mis estudios de latín, creo que pasará más de una temporada en la mesilla: el barroquismo delirante de que se la acusa es… cierto. Los detectives salvajes de Bolaño, en relectura nocturna, conserva todo el buen sabor de Rulfo y lo combina con cierta resabiada y pedante modernidad que a veces me denuncia (yo también, Caesar) y me aburre. 62, modelo para armar es una novela insuperable que trato de releer desde hace ya muchos meses espoleado por el entusiasmo de dos paredros que se van a casar.
  3. Releer a Tolkien es un secreto vicio, pero en esta ocasión he redescubierto las descripciones de la naturaleza y los diálogos de algunos personajes como dos de sus ocultas gemas, de altísima calidad literaria. Por supuesto, el Silmarilión es de una enormidad mitológica apabullante.
  4. Hay dos autores que recomiendo sin ambages: Daniel Pennac y toda sus saga Malaussanne, de un hilarante humor, corrosivo e inteligente, amable y humano; y, una debilidad, o dos: Robert Harris con sus dos estupendas novelas ambientadas en la antigua Roma, Pompeia e Imperium, que encandilarán a cualquiera que haya estudiado clásicas; la segunda debilidad, Orson Scott Card y toda sus saga Ender: El juego de Ender, La voz de los muertos, Ender el Xenocida y otras dos más que tengo esperando a ser leídas. Creo que desde las fundaciones de Asimov no había leído nada tan estimulante.

[…]

Bueno, como veís es normal que me bloquee: releo ahora esto y no encuentro la lista ni ilustrativa ni interesante ni siquiera aprovechable. Pero ahí queda. Seguirás pidiéndome libros, querida, seguirás preguntándome qué leer, querido, y yo seguiré sin saber que contestar con seguridad. Los libros son sólo palabras, palabras, palabras, y siendo así… ¿qué más da uno que otro…? ¿O no?