Sunday, January 06, 2008

Vocación: escritor

Dejar escribir. Dejar que se escriba. No dejar nunca de escribir. Parece que este siglo nuestro, sea el veinte sea el veintiuno, nació para ser (d)escrito. Es necesario dejar constancia de todo, como si la insuficiente evanescencia de lo visible, de lo mostrado, no fuera suficiente. Como si el mundo no fuera a existir si no lo nombramos. Como si para existir necesitara ser nombrado.

Se lo debemos a pensadores y judíos (no queda claro qué son antes, o por encima de qué) como Rosenzweig, Lévinas, Derrida (mal que le pese su judaísmo) y otros. La nombradía de todo, la que Juan Ramón atribuía a la amada (ser nombradía, como ser todo... ¡ah, otra vez el engaño de la Totalidad! Rosenzweig señaló y denunció la trampa de la Totalidad en "La Estrella de la Redención"), la amada que al ser nombrada ocupaba todo, nombraba todo, la amada que era nombrada cada vez por cada cosa... nombradía pura: llamada. Y he aquí que topamos con otra de las aportaciones geniales del pensamiento judío (ligado desde el principio, o más bien inmediatamente después, con el comunitario): la vocación como llamada.

Me explico: una enorme diferencia entre el mundo nombrado para que pueda existir (qué es el hombre para deci...), y el hombre nombrado para alcanzar su verdadero existir. La llamada, la apelación, inserta al hombre en un mundo que antes no tenía existencia para él. Ya no es el hombre quien clama al mundo, quien clama a Dios (quien inventa a Dios, quien inventa al mundo), sino que es el mundo, es Dios, quien crea al hombre, quien lo inventa (la angustiosa epopeya del personaje unamuniano que padece por ser nombrado y no poder nombrar-se él a sí mismo). Y dejamos para otro día la cuestión discreta de Dios y Mundo. El caso es que sea llamada desde el exterior, desde el fuera irreductible.

Nombrar o ser nombrado, o ambas cosas a la vez... Recuperaré mañana (ya lo sé) un texto que dejé escrito hace años, cuando empezaba a atisbar a Lévinas, y todo lo que supone, a través de algunos textos de Blanchot (tan diferente, por otra parte, a Lévinas). La figura que le corresponde a este nuevo pensamiento es la de la danza.

Me gustaría terminar con una cita de este narrador y crítico literario: "¿Relatos? ¡Nada de relatos, nunca más!". EL fin de la literatura, preconizado por Blanchot, es, no obstante, un final abierto: parafeaseando a Derrida, aún le queda a la literatura narrar y revelar su propio fin, algo que tal vez lleve haciendo desde Cervantes. Dejar de escribir puede ser una tarea que aún nos ocupe algunos años, una tarea dolorosa de la que tal vez nunca nos recuperemos (es como perder el ser, como dejar que el otro sea antes que ser yo).

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